Rhyme 'n' reason

A veces pienso que hemos llegado hasta aquí como dos caballos.
Como dos purasangres que se disputan el Grand National,
en una de esas ediciones en las que la niebla y la lluvia y la deficiente
cobertura de la BBC
impiden ver más allá de sus propios hocicos.

Tú resoplas y me miras con los ojos gordos. Yo sudo y levanto la mandíbula
porque he leído en los libros que soy el macho que tiene que protegerte.
Pero la hierba nos hace las mismas cosquillas en los espacios interdigitales,
y en el abrazo tras la línea de cal que no ha cruzado ninguno,
son mis pulsaciones las que tienen el ritmo de la música electrónica
y las tuyas las que se gastan un vals interior.

A pesar de la caricia de niebla que nos disfraza de vírgenes,
tu camiseta se separa de tu cuerpo el centímetro justo como para
dejar ver tu piel, pálida y a la vez intensa, en el momento en el que rompe
definitivamente
a sudar.
Tus labios se mojan cada poco tiempo al compás de tu pequeña lengua,
en mi pequeña lengua se cita la saliva suficiente para darle sentido
al engranaje de nuestros besos;
nos miramos extenuados y sin embargo
compramos estos detalles mínimos, como el vaho que nos envuelve
y nos convierte en santísimos, por no hablar del olor del sudor de la victoria,
que viste a los caballos de blanco.

En ese momento nos damos cuenta de la victoria. Nos tomamos la temperatura
y nos pellizcamos, y nos hacemos vulnerables a la sonrisa y las cosquillas,
y en el momento álgido de nuestra felicidad acuñamos frases lapidarias,
que dejan la moral de los perdedores en la casilla de salida.

Dos caballos que no piensan en lo que estaban haciendo.
Más allá y más rápido que el resto, tan avanzados
que ni siquiera parece que estuviéramos compitiendo.
Eso explica que
prefiramos, antes que el champán y los domingos por la tarde y las visitas familiares
y las tribunas repletas,
que lo único que prefiramos, repito, sea
continuar al galope: yo detrás de ti o tú detrás de mí,
da igual:

(per) seguir (nos)
corriendo.

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